Es un hecho que aquí me ahogo cual besugo en el desierto. Pero no vamos a hablar de quejicosas depresiones... hoy.

Nada más salir y notarme libre de mi entorno, todo empezó a moverse de nuevo en mi interior. En Bérgamo me entendía con la gente mejor de lo que me entiendo con mi familia. El día que llegué a Wroclaw me pareció que regresaba a casa. Y luego, cuando llegué de nuevo a la casa para empezar la nueva sesión me di cuenta de algo: nunca había salido de Brzezinka.
Se supone que el hogar es ese sitio en el espacio en que uno se siente libre, sin preocupaciones que lo turben, confiado, teniendo dominio sin necesidad de poseer, un lugar donde al fin te puedes desprender de todas y cada una de tus máscaras sociales; es decir, el lugar perfecto para desarrollar verdaderamente el universo, la filosofía y la técnica artística personal intransferible. Así es Brzezinka para mí. No Sada ni Coruña, nunca Sada ni Coruña y difícilmente España, un país de idiotas y ladrones.
Ahora lo que me pregunto es cómo construir mi Brzezinka fuera de mi entorno. Escapar de aquí para siempre, donde mi imaginación y mis historias son inevitablemente frustradas por el cemento de la nueva burguesía, y volver a un microcosmos autosostenible en que mi técnica y mi ética crezcan vivas cada segundo. Querría tener una compañía, una editorial, seguramente ambas cosas a la vez, aunque de una forma extraña... pero yo solo me siento dando cabezazos contra un cristal, así que no sé qué hacer más que esas ocasionales escapadas que en realidad son una vuelta a casa.
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